jueves, 3 de enero de 2013

Capítulo 1.


Todo empezó el maldito día en el que tuvieron que trasladar a papá por culpa del trabajo, de modo que todos nos mudamos aquí. No me hizo ninguna gracia la verdad, y aunque ya llevamos un año todavía no me acostumbro.
Uy perdonadme, me presento me llamo Bahía López, tengo 13 años, y mi mayor pasión en el mundo es hacer surf, para mi no hay nada como la sensación de estar pasando entre las olas. El único problema es mi madre, ella odia que haga surf, y todo porque cuando tenía mi edad practicaba gimnasia rítmica, entonces, le haría ilusión que yo hiciera lo mismo que ella. Pero no, no pienso dejar el surf.

El día que llegamos del traslado estaba tan cabreada que no quería hablar con nadie, de modo que me puse mi traje de baño, pillé mi tabla y a surfear, no podía esperar para probar las olas de mi nueva ciudad, aunque la angustia me comía por dentro.
-Adiós mamá, adiós papá, me voy.
-¿A dónde vas?
Pero antes de poder contestarles, cerré la puerta de golpe. Por mi forma de cerrar mis padres se dieron cuenta de que algo me pasaba y mi madre salió a correr detrás mía para poder alcanzarme, mientras mi padre observaba desde la puerta de casa.
-¡Bahía, para!
Intentaba disimular, hacerme la que no le había oído los gritos de mi madre. De repende tiraron fuertemente de mi traje de baño, me giré muy enfadada.
-¡Mamá! Dios, casi me rompes el traje.
-Hija, ¿Cómo te vas sin avisar?
-Si e avisado.
-Pero ni si quiera has dicho donde ibas.
Parece mentira que no lo supieran, ellos saben mejor que nadie que cuando me encuentro mal, mi consuelo es ir a buscar olas.
-Es que yo…
Mierda, esto ya es superior a mi, se me están escapando las lágrimas, no quiero que mi madre me vea llorar, pero era imposible de ocultar.
-Hija, ven siéntate aquí conmigo.
Las dos nos sentamos en un banquito que había casi a nuestro lado.
-Cuéntame que te pasa.
-No tengo nada que contarte.
-Tus ojos dicen lo contrario.
Me sequé los ojos con las manos lo más rápido que pude.
-Ya sabes que yo no quiero estar aquí.
-No te quejes, estamos en un sitio en el que hay playa, vivimos a 100 metros de ella, creía que eso era lo que más te importaba.
-¿Lo dices en serio? Si, es lo que más me gusta hacer, lo daría todo por hacer surf, pero, ¿Y mis amigos? ¿Qué pasa con ellos?
-Pero aquí también conocerás otros niños.
-¿Y de que me sirve? Si dentro de poco nos mudaremos otra vez, y así estaremos siempre.
-No es algo que elijamos nosotros, Bahía, es lo que hay, y quieras o no tendrás que acostumbrarte como tu padre y yo hemos hecho.
-Lo sé.
-Bueno hija, reflexiona un poco sobre el tema, me voy a seguir organizando la casa, no acabes muy tarde, y ten mucho cuidado, ya sabes que peligroso es el mar, ¿Vale?
-Si mami, estate tranquila.
Me sonrió, me dio un beso en la cabeza y se fue. Yo me puse de pie y seguí camino a la playa.
Cuando llegué comprobé la cantidad de jóvenes surferos que había en aquel lugar, algunos tenían pintas de novatos, otros de llevar toda la vida con ello, así sería más difícil surfear, con todas aquellas personas mirándome, hablando de los errores que cometa, esto no me va mucho. Coloqué mis zapatos y mis gafas de sol azules en la arena, y como una bala corrí para el mar.
Aquellas olas eran impresionantes, pero, el tema de mis antiguos amigos me tenía preocupada, creo que nunca voy a encontrar amigos como Lucía y Manuel, ellos son las mejores personas que hasta ahora he conocido.

Quizás era mi imaginación pero notaba como si un chaval de mi edad más o menos me mirara atentamente, eso hacía que mi equilibrio disminuyera e incluso estuve apunto de caerme un par de veces.

Media hora de adrenalina pura, pero ese chico me intimidaba, decidí dejarlo por hoy. Salí tranquilamente y alcancé mi toalla para secarme, aunque tampoco me había mojado mucho. Pero ¿Este de que va? ¿No piensa disimular, va a estar toda la tarde mirándome sin decir nada?
-Perdona, ¿Nos conocemos? –Dije, para romper aquel silencio que incomodaba.

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