Todo empezó el maldito día en el que tuvieron que trasladar
a papá por culpa del trabajo, de modo que todos nos mudamos aquí. No me hizo
ninguna gracia la verdad, y aunque ya llevamos un año todavía no me acostumbro.
Uy perdonadme, me presento me llamo Bahía López, tengo 13
años, y mi mayor pasión en el mundo es hacer surf, para mi no hay nada como la
sensación de estar pasando entre las olas. El único problema es mi madre, ella
odia que haga surf, y todo porque cuando tenía mi edad practicaba gimnasia
rítmica, entonces, le haría ilusión que yo hiciera lo mismo que ella. Pero no,
no pienso dejar el surf.
El día que llegamos del traslado estaba tan cabreada que no
quería hablar con nadie, de modo que me puse mi traje de baño, pillé mi tabla y
a surfear, no podía esperar para probar las olas de mi nueva ciudad, aunque la
angustia me comía por dentro.
-Adiós mamá, adiós papá, me voy.
-¿A dónde vas?
Pero antes de poder contestarles, cerré la puerta de golpe.
Por mi forma de cerrar mis padres se dieron cuenta de que algo me pasaba y mi
madre salió a correr detrás mía para poder alcanzarme, mientras mi padre
observaba desde la puerta de casa.
-¡Bahía, para!
Intentaba disimular, hacerme la que no le había oído los
gritos de mi madre. De repende tiraron fuertemente de mi traje de baño, me giré
muy enfadada.
-¡Mamá! Dios, casi me rompes el traje.
-Hija, ¿Cómo te vas sin avisar?
-Si e avisado.
-Pero ni si quiera has dicho donde ibas.
Parece mentira que no lo supieran, ellos saben mejor que
nadie que cuando me encuentro mal, mi consuelo es ir a buscar olas.
-Es que yo…
Mierda, esto ya es superior a mi, se me están escapando las
lágrimas, no quiero que mi madre me vea llorar, pero era imposible de ocultar.
-Hija, ven siéntate aquí conmigo.
Las dos nos sentamos en un banquito que había casi a nuestro
lado.
-Cuéntame que te pasa.
-No tengo nada que contarte.
-Tus ojos dicen lo contrario.
Me sequé los ojos con las manos lo más rápido que pude.
-Ya sabes que yo no quiero estar aquí.
-No te quejes, estamos en un sitio en el que hay playa,
vivimos a 100 metros
de ella, creía que eso era lo que más te importaba.
-¿Lo dices en serio? Si, es lo que más me gusta hacer, lo
daría todo por hacer surf, pero, ¿Y mis amigos? ¿Qué pasa con ellos?
-Pero aquí también conocerás otros niños.
-¿Y de que me sirve? Si dentro de poco nos mudaremos otra
vez, y así estaremos siempre.
-No es algo que elijamos nosotros, Bahía, es lo que hay, y
quieras o no tendrás que acostumbrarte como tu padre y yo hemos hecho.
-Lo sé.
-Bueno hija, reflexiona un poco sobre el tema, me voy a
seguir organizando la casa, no acabes muy tarde, y ten mucho cuidado, ya sabes
que peligroso es el mar, ¿Vale?
-Si mami, estate tranquila.
Me sonrió, me dio un beso en la cabeza y se fue. Yo me puse
de pie y seguí camino a la playa.
Cuando llegué comprobé la cantidad de jóvenes surferos que
había en aquel lugar, algunos tenían pintas de novatos, otros de llevar toda la
vida con ello, así sería más difícil surfear, con todas aquellas personas
mirándome, hablando de los errores que cometa, esto no me va mucho. Coloqué mis
zapatos y mis gafas de sol azules en la arena, y como una bala corrí para el
mar.
Aquellas olas eran impresionantes, pero, el tema de mis
antiguos amigos me tenía preocupada, creo que nunca voy a encontrar amigos como
Lucía y Manuel, ellos son las mejores personas que hasta ahora he conocido.
Quizás era mi imaginación pero notaba como si un chaval de
mi edad más o menos me mirara atentamente, eso hacía que mi equilibrio
disminuyera e incluso estuve apunto de caerme un par de veces.
Media hora de adrenalina pura, pero ese chico me intimidaba,
decidí dejarlo por hoy. Salí tranquilamente y alcancé mi toalla para secarme,
aunque tampoco me había mojado mucho. Pero ¿Este de que va? ¿No piensa
disimular, va a estar toda la tarde mirándome sin decir nada?
-Perdona, ¿Nos conocemos? –Dije, para romper aquel silencio
que incomodaba.
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